viernes, 15 de agosto de 2014

¿Nos aguarda una catástrofe logística mundial por una supertormenta solar?

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Normalmente la magnetosfera de la Tierra nos resguarda de muchas de las
emisiones problemáticas del Sol, incluyendo bastantes tormentas solares
y  lo que se conoce como viento solar. Pero una supertormenta traspasaría
 con tremenda violencia esta barrera defensiva, causando innumerables
estragos en sistemas e infraestructuras de la Tierra. (Imagen: NASA)
Las tormentas solares comunes causan a veces problemas en infraestructuras y aparatos eléctricos de la Tierra. Pero, ¿qué ocurriría hoy si se repitiera una supertormenta solar como la de 1859, conocida como el Evento Carrington? Nuestra civilización depende muchísimo más de la electricidad ahora que en aquel año. Un superapagón provocado por una supertormenta solar haría detenerse la civilización, y hasta que no se arreglasen los desperfectos, la humanidad viviría una situación de caos logístico difícil de imaginar.

Una tormenta solar es una erupción violenta en el Sol, que envía miles de millones de toneladas de plasma al espacio a una velocidad de más de un millón y medio de kilómetros por hora. La nube de plasma lleva consigo un fuerte campo magnético. Cuando, de uno a tres días más tarde, la nube magnetizada llega a la Tierra, una gran cantidad de energía se deposita en la magnetosfera terrestre. Normalmente la magnetosfera de la Tierra nos resguarda de muchas de las emisiones problemáticas del Sol, incluyendo bastantes tormentas solares y lo que se conoce como viento solar. Sin embargo, algunas tormentas solares tienen el potencial de sobrepasar esa barrera de protección y provocar trastornos geomagnéticos que a su vez producen efectos nocivos sobre una amplia gama de sistemas tecnológicos, incluyendo satélites, redes eléctricas de alta tensión, cables de comunicaciones submarinas, redes telefónicas y telegráficas, e incluso vías ferroviarias, oleoductos y gasoductos. Ha sucedido en muchas ocasiones, pero afortunadamente el nivel de daños no ha sido catastrófico.

Sin embargo, una supertormenta paralizaría el mundo moderno. Devastaría infraestructuras de comunicaciones y de suministro eléctrico, inutilizando servicios vitales tales como el transporte, la atención clínica, el sistema bancario y muchos otros.
La supertormenta solar más grande que se haya registrado en la historia ocurrió en 1859 y es conocida como Evento Carrington, en recuerdo al astrónomo británico Richard Carrington, quien observó la erupción solar que la originó.

Esta gran eyección de masa coronal (CME por sus siglas en inglés) liberó la energía equivalente a 10.000 millones de bombas atómicas como la arrojada en Hiroshima explotando al mismo tiempo, y lanzó alrededor de un billón de kilogramos de partículas cargadas hacia la Tierra a velocidades de hasta 3.000 kilómetros por segundo. Su impacto sobre la población humana, no obstante, fue relativamente benigno, ya que nuestra infraestructura electrónica en ese momento apenas suponía unos 200.000 kilómetros de líneas telegráficas.

¿Cuándo podría repetirse una supertormenta como la de 1859? Según predicciones de los científicos de la NASA, la Tierra está en situación de sufrir un Evento Carrington una vez cada 150 años, en promedio. Esto significa que actualmente nos hemos pasado ya cinco años del intervalo promedio, y que la probabilidad de que ocurra uno durante la próxima década es tan alta como un 12 por ciento.

En el marco de la iniciativa SolarMAX, un equipo de expertos, que incluye a Ashley Dale, de la Universidad de Bristol en el Reino Unido, se ha puesto a trabajar hacia el objetivo de identificar los riesgos de una supertormenta solar y cómo su impacto podría ser minimizado. Ya hay algunas conclusiones firmes, y varias recomendaciones.

La estrategia para que la civilización soporte lo mejor posible los efectos de una supertormenta pasa por la alerta temprana. Las eyecciones de masa coronal se ven a menudo precedidas por una masiva erupción o llamarada desde el Sol en la forma de una emisión de rayos gamma, rayos X, protones y electrones. Una detección inmediata de estas erupciones sería la base de cualquier plan de protección.
Una capacidad razonablemente buena de hacer pronósticos de “meteorología espacial” se podría conseguir simplemente enviando un grupo de 16 satélites con el tamaño de fiambreras a una órbita alrededor del Sol.

Esta red podría darnos un aviso con hasta una semana de tiempo de antelación sobre dónde, cuándo y con qué magnitud se producirán tormentas solares, proporcionando un margen adecuado de tiempo para desconectar las líneas eléctricas vulnerables, reorientar satélites, hacer aterrizar todos los aviones, e iniciar programas nacionales de recuperación.

En cuanto a la protección de los vehículos espaciales, Ashley propone diseñar satélites y demás naves de manera que sus instrumentos más sensibles instalados a bordo estén mejor protegidos contra súbitos incrementos en la radiación procedente de las tormentas solares. Sugiere redistribuir la actual arquitectura interna de las naves de modo que las cargas sensibles estén rodeadas por componentes que no lo sean. (NCYT)

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