Las nanopartículas para vacunación más más grandes son mil veces más pequeñas que el grosor de un cabello humano foto Universidad de Washington |
Las vacunas existentes combaten muchas enfermedades y protegen a las poblaciones contra epidemias, pero aún pueden ser objeto de muchas mejoras.
Por regla general, las vacunas se elaboran en grandes cantidades en laboratorios que a menudo están lejos de los lugares donde dichas vacunas acabarán por ser usadas. Suelen requerir refrigeración, por esa razón y algunas otras resulta caro transportarlas, y además tienden a tener una vida útil corta.
Unos ingenieros químicos confían en que una nueva forma de administrar vacunas, que han demostrado que logra buenos resultados en ratones, algún día conducirá a vacunas más baratas y fáciles de preparar.
Esta nueva tecnología, desarrollada por el equipo de François Baneyx, de la Universidad de Washington en la ciudad estadounidense de Seattle, permite elaborar una vacuna justo en el momento y lugar en que se la necesite. Por ejemplo, un médico en un puesto de atención sanitaria en un lugar de difícil acceso y lejos del hospital más cercano, podría ser capaz, tan pronto viera el comienzo de un brote epidémico, de comenzar a combatirlo con eficacia, sin tener que esperar a que llegase ayuda externa y desperdiciar un tiempo valioso en esa fase crítica del brote epidémico. El médico podría preparar dosis con gran rapidez, y hacer una vacunación rápida de toda la población de la zona afectada, evitando así la propagación de la naciente epidemia.
En las vacunas típicas, patógenos debilitados o proteínas presentes en la superficie de los microbios son inyectados en el cuerpo junto con compuestos llamados coadyuvantes a fin de preparar el sistema inmunitario de una persona para combatir a una enfermedad en particular. Pero las fórmulas estándar no siempre funcionan, y además existe la necesidad de hallar formas de fabricar vacunas con mayor rapidez, a menor costo y mejor adaptadas a agentes infecciosos específicos.
El equipo de Baneyx inyectó unas nanopartículas especiales a ratones. Los investigadores se sirvieron de una proteína diseñada para imitar el efecto de una infección así como para enlazarse al fosfato de calcio, el compuesto inorgánico que se encuentra en huesos y dientes.
Después de ocho meses, los ratones que contrajeron la enfermedad produjeron una cantidad de células T defensivas que triplicó a la producida por los ratones que habían recibido la proteína pero no las nanopartículas de fosfato de calcio. Esa producción de células T tres veces mayor es un signo claro de una respuesta inmunitaria de larga duración.
Las nanopartículas parecen actuar transportando la proteína a los nódulos linfáticos, donde tienen más probabilidades de toparse con las células dendríticas, un tipo de célula inmunitaria que desempeña un papel clave en la activación de respuestas inmunitarias fuertes.
En una futura versión práctica de la nueva técnica de vacunación, las proteínas modificadas genéticamente y basadas en las que existen en la superficie de los patógenos de interés serían liofilizadas o deshidratadas, y mezcladas con los otros componentes de las nanopartículas. Se supone que este planteamiento técnico funcionará con los gérmenes de muchas enfermedades diferentes.
El enfoque podría ser útil en el futuro para la vacunación de personas en poco tiempo y a un costo bajo. Las nuevas vacunas no dependerían de estar correctamente refrigeradas, y para prepararlas bastaría con poseer un equipamiento simple. Además, las vacunas de este tipo se pueden fabricar de tal modo que sea posible administrarlas en forma de parche de usar y tirar, a modo de tirita. Esto último podría algún día reducir la necesidad de agujas hipodérmicas y del personal cualificado requerido. Una campaña de vacunación de urgencia se podría así llevar a cabo con más recursos humanos que tan solo el personal sanitario capacitado para vacunar gente mediante inyecciones.
En el trabajo de investigación y desarrollo también han intervenido Weibin Zhou, Albanus Moguche y David Chiu, de la Universidad de Washington, y Kaja Murali-Krishna de la Universidad Emory en Estados Unidos.
La investigación fue financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates, así como por los Institutos Nacionales estadounidenses de Salud. NCYT
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