Jugadores de 9 a 12 años juegan al fútbol americano en Winston-Salem, North Carolina, mientras participan en un estudio que analiza el riesgo de lesiones cerebrales. |
El anuncio hecho a finales de agosto por la Liga Nacional de Fútbol Americano de Estados Unidos de que pagará 756 millones de dólares (unos 573 millones de euros) para resolver una demanda por problemas relacionados con traumas craneoencefálicos en la que están implicados miles de sus antiguos jugadores, es solo una señal de la preocupación cada vez mayor por que los golpes recibidos en este deporte supongan una grave riesgo para la salud de los jugadores a largo plazo. Sin embargo, aún se sabe poco sobre cómo afecta toda una temporada de golpes en la cabeza al mayor grupo de jugadores: los casi 4,5 millones de niños y jóvenes que lo practican.
Un estudio llevado a cabo por investigadores en los estados de North Carolina y Virginia intenta resolver esta falta de información mediante el análisis más completo que se haya hecho de la relación entre impactos y lesiones en jugadores de los 6 a los 18 años. Combinando la biomecánica, los escáneres cerebrales y las pruebas neurológicas, el equipo de investigadores podría desarrollar las herramientas necesarias para identificar cuándo un jugador ha recibido un golpe lo suficientemente fuerte o con la frecuencia suficiente como para que suponga un riesgo conmoción u otro tipo de lesión cerebral. En el mes de julio los investigadores informaron de una nueva forma de calcular el riesgo de lesión basándose en datos de cascos equipados con acelerómetros. también han usado escáneres cerebrales para examinar a esos mismos jugadores en busca de relaciones entre los impactos medidos y los cambios en el tejido y la función cerebral. Estos resultados aún se están estudiando.
Alrededor de un millón de estadounidenses juegan al fútbol americano a nivel de instituto, y casi tres veces más juegan en las ligas infantiles y juveniles. Mientras que en el banquillo de los partidos profesionales y universitarios hay preparadores físicos y médicos, los jugadores infantiles y juveniles dependen principalmente de los entrenadores y padres para observar si hay problemas. "Cuanto más jóvenes son los jugadores, más hay, y menos atención se presta a que haya personal médico presente en los partidos para evaluar su función cerebral", explica Joel Stitzel, presidente de ingeniería biomédica en la Facultad de Medicina de la Universidad Wake Forest Baptist (EE.UU.) y participante en el estudio.
"Es frecuente que alguien que ha sufrido un golpe leve vuelva de inmediato al terreno de juego", afirma Stitzel.
Los estudios hechos a atletas profesionales y a otros han demostrado que los golpes repetidos hacen que la gente sea más vulnerable a problemas neurológicos crónicos, afirma Gerry Gioia, neuropsicólogo pediátrico en el Centro Médico Infantil Nacional de Washington D.C. (EE.UU.), que también participa en el estudio. Quizá más preocupante aún sea la posibilidad de que los golpes que no son lo suficientemente fuertes como para producir un traumatismo también puedan producir lesiones graves. "Existen datos preliminares que sugieren una posible relación con la función cerebral", explica Gioia. Pero en la actualidad este tipo de lesiones no se pueden detectar, afirma Alex Powers, neurocirujano pediátrico en el hospital Wake Forest Baptist que también participa en el estudio.
Los investigadores trabajaron con dos equipos infantiles y uno juvenil a lo largo de la temporada 2012-2013. Gracias a cascos equipados con acelerómetros para medir los impactos en la cabeza, pudieron registrar más de 16.000 impactos en toda la temporada. Además hicieron pruebas neurológicas y escáneres cerebrales a los jugadores usando resonancias y magnetoencefalografías para buscar cambios en el cerebro antes y después de la temporada.
El riesgo de traumatismo acumulado a lo largo de la temporada se calculó mediante la frecuencia y tamaño de todos los golpes recibidos por cada jugador. La mayoría de los golpes estaban por debajo de la gama de impactos que se asocian con una conmoción, pero "si observamos el riesgo total asumido por ese jugador a lo largo de la temporada, puede ser el equivalente matemático de dos a tres conmociones", afirma Stitzel.
Aún no está claro que los golpes que no causan conmoción sean un problema, explicaJoseph Maldjian, director del Laboratorio de Investigación Avanzada en Imágenes de Neurociencia en Wake Forest. "Puede resultar que se produzcan cambios dentro del cerebro, o puede que no haya un efecto a menos que tengas un traumatismo grave", explica Maldjian.
En última instancia, los investigadores esperan que su estudio sirva para hacer que el fútbol sea más seguro. Descubrieron por ejemplo que la mayoría del riesgo de lesiones acumuladas tiene lugar durante los entrenamientos. Los jugadores podrían evitar las jugadas de alto impacto durante los entrenamientos. O quizá cascos de vanguardia podrían avisar a los entrenadores de cuándo hay que sentar a un jugador en el banquillo, explica Powers: "Espero que algún día podamos tener un sensor en cada casco que produzca una cifra que indique... este jugador corre el riesgo de lesionarse, tiene que parar y hacerse una serie de pruebas". MIT
Un estudio llevado a cabo por investigadores en los estados de North Carolina y Virginia intenta resolver esta falta de información mediante el análisis más completo que se haya hecho de la relación entre impactos y lesiones en jugadores de los 6 a los 18 años. Combinando la biomecánica, los escáneres cerebrales y las pruebas neurológicas, el equipo de investigadores podría desarrollar las herramientas necesarias para identificar cuándo un jugador ha recibido un golpe lo suficientemente fuerte o con la frecuencia suficiente como para que suponga un riesgo conmoción u otro tipo de lesión cerebral. En el mes de julio los investigadores informaron de una nueva forma de calcular el riesgo de lesión basándose en datos de cascos equipados con acelerómetros. también han usado escáneres cerebrales para examinar a esos mismos jugadores en busca de relaciones entre los impactos medidos y los cambios en el tejido y la función cerebral. Estos resultados aún se están estudiando.
Alrededor de un millón de estadounidenses juegan al fútbol americano a nivel de instituto, y casi tres veces más juegan en las ligas infantiles y juveniles. Mientras que en el banquillo de los partidos profesionales y universitarios hay preparadores físicos y médicos, los jugadores infantiles y juveniles dependen principalmente de los entrenadores y padres para observar si hay problemas. "Cuanto más jóvenes son los jugadores, más hay, y menos atención se presta a que haya personal médico presente en los partidos para evaluar su función cerebral", explica Joel Stitzel, presidente de ingeniería biomédica en la Facultad de Medicina de la Universidad Wake Forest Baptist (EE.UU.) y participante en el estudio.
"Es frecuente que alguien que ha sufrido un golpe leve vuelva de inmediato al terreno de juego", afirma Stitzel.
Los estudios hechos a atletas profesionales y a otros han demostrado que los golpes repetidos hacen que la gente sea más vulnerable a problemas neurológicos crónicos, afirma Gerry Gioia, neuropsicólogo pediátrico en el Centro Médico Infantil Nacional de Washington D.C. (EE.UU.), que también participa en el estudio. Quizá más preocupante aún sea la posibilidad de que los golpes que no son lo suficientemente fuertes como para producir un traumatismo también puedan producir lesiones graves. "Existen datos preliminares que sugieren una posible relación con la función cerebral", explica Gioia. Pero en la actualidad este tipo de lesiones no se pueden detectar, afirma Alex Powers, neurocirujano pediátrico en el hospital Wake Forest Baptist que también participa en el estudio.
Los investigadores trabajaron con dos equipos infantiles y uno juvenil a lo largo de la temporada 2012-2013. Gracias a cascos equipados con acelerómetros para medir los impactos en la cabeza, pudieron registrar más de 16.000 impactos en toda la temporada. Además hicieron pruebas neurológicas y escáneres cerebrales a los jugadores usando resonancias y magnetoencefalografías para buscar cambios en el cerebro antes y después de la temporada.
El riesgo de traumatismo acumulado a lo largo de la temporada se calculó mediante la frecuencia y tamaño de todos los golpes recibidos por cada jugador. La mayoría de los golpes estaban por debajo de la gama de impactos que se asocian con una conmoción, pero "si observamos el riesgo total asumido por ese jugador a lo largo de la temporada, puede ser el equivalente matemático de dos a tres conmociones", afirma Stitzel.
Aún no está claro que los golpes que no causan conmoción sean un problema, explicaJoseph Maldjian, director del Laboratorio de Investigación Avanzada en Imágenes de Neurociencia en Wake Forest. "Puede resultar que se produzcan cambios dentro del cerebro, o puede que no haya un efecto a menos que tengas un traumatismo grave", explica Maldjian.
En última instancia, los investigadores esperan que su estudio sirva para hacer que el fútbol sea más seguro. Descubrieron por ejemplo que la mayoría del riesgo de lesiones acumuladas tiene lugar durante los entrenamientos. Los jugadores podrían evitar las jugadas de alto impacto durante los entrenamientos. O quizá cascos de vanguardia podrían avisar a los entrenadores de cuándo hay que sentar a un jugador en el banquillo, explica Powers: "Espero que algún día podamos tener un sensor en cada casco que produzca una cifra que indique... este jugador corre el riesgo de lesionarse, tiene que parar y hacerse una serie de pruebas". MIT
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