La conversión desde las energías sucias a las limpias y renovables podría costearse con el ahorro en gastos de sanidad para tratamientos médicos a pacientes con enfermedades propiciadas por la contaminación atmosférica. Así se ha determinado en un estudio llevado a cabo por expertos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Cambridge, Estados Unidos, y que ha contado con financiación de la Agencia estadounidense de Protección Ambiental (EPA).
Este estudio es la valoración más detallada hasta la fecha de los efectos subyacentes de la política climática sobre la economía energética, la contaminación del aire y el coste de los problemas de salud relacionados con esta última. El grupo del MIT prestó especial atención a cómo los cambios en las emisiones causados por la aplicación de una determinada política se traducen en mejoras en la calidad local y regional del aire.
Se han citado a menudo tasas más bajas de asma y de otros problemas de salud como beneficios de las políticas dirigidas a recortar las emisiones de carbono de fuentes como las centrales eléctricas y los vehículos, porque estas políticas llevan también a reducciones en otros tipos dañinos de polución del aire.
Pero, ¿cuán grande es el ahorro en costos sanitarios gracias a disfrutar de un aire más limpio, en comparación con los costes de reducir las emisiones de carbono? El equipo de Noelle Selin, profesora de sistemas de ingeniería y química atmosférica en el MIT, examinó tres políticas distintas de reducciones, las tres encaminadas a alcanzar las mismas disminuciones, y tomando como país de referencia a Estados Unidos. Los resultados de sus análisis indican que los ahorros en el gasto para el cuidado de la salud y otros costes relacionados con enfermedades pueden ser grandes, sufragando en todo o en parte los costos de la reducción de emisiones, y, en algunos casos, alcanzando incluso un ahorro de más de 10 veces el coste de la puesta en práctica de la política.
Las políticas de reducción de carbono mejoran de forma notable la calidad del aire, y de hecho, lo hacen tan bien como las políticas dirigidas específicamente a combatir la contaminación del aire.
En los análisis tradicionales sobre la rentabilidad económica de reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2), se ha venido omitiendo sistemáticamente (o infravalorando) el dinero que se ahorraría en sanidad si el aire no estuviera contaminado o por lo menos fuese más limpio de lo que lo es ahora en muchas ciudades. Al no tener en cuenta esta notable suma de dinero, la conversión desde las energías sucias a las limpias se ha visto menos atractiva económicamente de lo que en realidad es si se tiene en cuenta ese importante ahorro en gastos sanitarios, tal como subraya Tammy Thompson, coautora del estudio y ahora en la Universidad Estatal de Colorado, Estados Unidos.
Además de desprender dióxido de carbono, la quema de combustibles fósiles libera un sinfín de otras sustancias químicas en la atmósfera. Algunas de estas sustancias interaccionan con el resultado de que se forma ozono a ras de suelo o muy cerca de la superficie (a tan baja altura hace más daño que bien, a diferencia de la capa de ozono situada a gran altura), así como materia particulada fina. Ambos agentes contaminantes pueden causar ataques de asma, así como enfermedades cardíacas y pulmonares, pudiendo llevar a una muerte prematura. Otras sustancias contaminantes que se suelen liberar a la atmósfera junto con el CO2 y el monóxido de carbono también son peligrosas para la salud. (NCYT)
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